23 dic 2010
¡Feliz Navidad!...calendario de adviento.
Aprovecho para desearos una feliz navidad y un maravilloso año 2011.
Si estás interesado en ver las imágenes de manera independiente, puedes segguir mi galería de flickr picando aquí
20 dic 2010
Felices Pascuas... desde la trinchera
No veas cómo molo. Podría pasar por uno de esos policías que en las pelis gringas miden su capacidad de acción y experiencia vital por el número de cicatrices de su malherido body. Debe de ser que estoy viviendo con alegría e intensidad las pre-navidades este año. El bollo de la frente, por ejemplo, me lo hizo esta mañana el papá de Carlitos, cuando intentaba encontrar, en el salón de actos del cole, un sitio decente para ver cómo nuestros descendientes se desgañitaban delante del micrófono deseándonos felices fiestas. Lo que no entiendo es por qué llevaba ese papi una llave inglesa dentro de la mochila. Deben de ser costumbres de la dialéctica moderna que yo no comparto. Y, como yo sigo siendo un poco antigua y no llevaba mi llave inglesa, le cedí mi sitio ante sus perseverantes argumentos. Seguro que su vídeo ha salido mejor que el mío, porque a mí me tocaron delante dos angelitos de flotantes coronas de pluma, que se balanceaban etéreas y que tenían hipnotizado el enfoque de mi cámara. Creo que mi peli, con un villancico de fondo tocado a sitar, puede pasar por una experiencia psicodélico-navideña. Igual hasta tenía éxito “en tres de”, oyes.
El ojo morado es otro asunto. Fue cosa del mercado navideño. Por más que se empeñen algunos, no termina a mí de entrarme eso el caganet. La verdad es que me niego en redondo a sentar en mi belén a un señor haciendo eso que debería hacer en el cuarto de baño. Pero me encanta ver otras figuras, y me fascinan las miniaturas, recién importaditas por los secuaces de Gulliver. Y así, mirando, mirando en el mercadillo, tuve la mala fortuna de tropezar (tropezar de verdad, con mis propios pies) con un dulce perrito ataviado de Papá Noel, a cuyo dueño no le hizo mucha gracia el incidente. Y, como era el señor persona de fácil palabra y extrovertidos modales, me lo hizo saber a su manera. El honor de Santa Guau quedó vengado. Mi ojo mejor, gracias.
Lo de la cojera tiene también su gracia. Que quién me mandará a mí liarme a hacer el trabajo que en justicia corresponde a sus majestades Melchor, Gaspar y Baltasar. El mismo maldito intrusismo que llevó el viernes a una madre leona de afilados tacones a pelear a muerte por Barbie Capitán de Marina. Te lo juro, que la próxima vez que me suba a un camello me hago antes un curso intensivo de karate. Dos cinturones en quince días mínimo. Y mi princesa, que se arregle con Barbie Ingeniero de Caminos, que no tiene la gorra tan mona, pero duele menos.
Los cortecillos de la mano derecha me los propinó el pavo. Y eso que venía ya de cuerpo presente bien embalsamado en su bandejita de plástico, y ataviado con una moña dorada. Dada la desigualdad del combate, no dice mucho a mi favor que, por una vez, me hiciese yo con la victoria. Y el caso es que no termina de saberme bien. Por el momento, que queda esperar, después del trufado, a ver qué sale de la olla.
Pero la cosa es que no me cuesta imaginar al alter ego del papi de Carlitos, al de la madre coraje coleccionista de Barbies, al del amable caballero del mercadillo, o incluso al de su reno-chucho, repartiendo sonrisas a diestro y siniestro mientras desean a sus congéneres de corazón las mejores de las fiestas y toda la posible felicidad para el año entrante.
Tiene guasa la cosa, pero así es. Y no creo que nada podamos hacer para cambiarla, sino aplicarnos el cuento nosotros cuando nos llegue la hora de morderle la yugular al prójimo. Respirar hondo, contar hasta trece mil dieciocho si hace falta, y cambiar el ladrido por una sonrisa, que total son tres días.
Yo, por mi parte, coja, tuerta, malherida y abollada a ustedes les deseo una absoluta paz y concordia en estos días (que falta les va a hacer) y los venideros, y la mayor de las felicidades para el año que entra. Incluso si son ustedes fabricantes de tacones de aguja, vestidos de papá noel para perritos, o llaves inglesas.
13 dic 2010
Resultado del Sorteo
El sorteo se ha realizado mediante la web www.sortea2.com
Muchas felicidades a la ganadora
Resultados del sorteo:
Cristina Sanjosé
Nos ponemos en contacto por correo eletrónico para que nos facilites todos los datos y nos digas cuál de los camafeos quieres que te mandemos.
Muchísimas gracias a todas por vuestra participación, ha sido un verdadero placer para nosotras
Feliz Navidad
29 nov 2010
Ya llegó la Navidad III. Collares scottish
Realmente no sé cuál de los tres modelos me gusta más.
No olvidéis que estamos de sorteo.
28 nov 2010
Tímida defensa
Fuera de lugar, aburrida, hermética, trasnochada, cursi, difícil, minoritaria... Podemos decir tantas cosas de la poesía (espero que Bécquer no me esté oyendo).
A mí me sigue gustando, pese a todo. Será por lo que tiene de nadar contra corriente.
TÍMIDA DEFENSA
Mi lengua suena fuerte,
como una venganza.
El amor tiene en ella
el matiz de una orden,
y las órdenes son
como bruscas caídas de piedras.
Mi lengua no es melódica,
ni canta mejor
que la afonía.
En mi lengua no escriben poetas
cuyo nombre empieza por la letra “k”,
ni tampoco es aguda
como hocicos de lobo
aullando a la luna.
En mi lengua se empujan
vocales en desorden,
como clientas en los puestos del mercado,
mientras las consonantes
se parapetan tímidas
con miedo de caer al final de palabra.
Mi lengua zumba a veces:
es un tambor de guerra cuando quiere,
y se arrastra silbando
-serpiente seria y sobria-
como una oración en un convento
encallado en el alma de Castilla.
Mi lengua es un tesoro
impuesto a muchos pueblos,
y sabe ser veneno,
y ser antídoto.
Mi lengua es un legado
de tullidos participios,
veteranos,
eméritos vernáculos.
En mi lengua han escrito mis hijos
su primera palabra.
26 nov 2010
Ya llegó la Navidad II. Collares árbol blanco
Nos gusta la navidad y creo que eso se nota, porque hemos disfrutado muchísimo haciendo cosas para estas fechas.
25 nov 2010
Ya llegó la Navidad. Collar corazón de muérdago
1. Collares navidad corazones (detalle), 2. Collares navidad corazones (detalle)
¿Cómo os lo pondríais vosotras? Hay para todas.
24 nov 2010
Matasanos y otras especies
Tenía yo un bisabuelo (que no lo era) que, de chica, me tenía encandilada. No era mi bisabuelo porque era, en realidad, un tío de mi madre. Pero resulta que yo le pregunté un día que, si él no era mi abuelo, qué me tocaba a mí. Bisabuelo, me dijo, soy tu bisabuelo, tú llámame así. Y así se quedó.
Cuenta la familia que eran uña y carne los dos hermanos, pero que, mientras mi abuelo, jurista de profesión, era serio, formal, diplomático y comedido hasta el hastío, su hermano, por el contrario, era jovial y bullanguero. Parece ser que se complementaban perfectamente en su tándem locura-cordura. Yo lo recuerdo alto, altísimo, delgado y con gafas, la piel fina y el pelo escaso, y me daba a mí el aire de miembro de la Generación del 27, tanto en las fotos sepias del álbum (de joven en Figueira da Foz) como en sus últimos años.
Era también mi Bisabuelo el médico de la familia en mi primera infancia. Decían las abuelas y tías-abuelas que, cuando llegaba a su consulta, tenía ensayada una canción con sus pacientes, que lo esperaban en la puerta. Cuando alguien, un poco pasadito con el champán de Nochebuena, te recuerda la anécdota, no es raro que, en las fiestas familiares, se termine cantado a coro (y con el mismo soniquete con el que los niños antiguos repetían su lección): “Quién está aquí – el señor médico del seguro - ¿y a qué venimos? – a que nos pinche en el culo”. No sé exactamente si la historia es real o leyenda hipocrática, pero siempre la he oído, y como la oí la cuento.
Como es profesión hereditaria, fue su hijo después quién siguió siendo el médico de todos nosotros. ¡Qué miedo me daba a mí verlo de niña! Le tocó al pobre ponerme todas las inyecciones de mi infancia, y, como era también alto, barbudo en aquellos gloriosos años 70, y venía armado de una jeringuilla, le tenía yo más miedo que a Mengele. Una vez me regaló un mechero rojo (me imagino que era lo único que llevaba encima) después de pincharme, y, desde entonces, siempre que me toca ponerme una inyección me acuerdo del mechero. Ha sido este tío mío nuestro médico hasta hace unos meses. Operaciones, sustos, huesos rotos… no se ha perdido nada en estos años. Ni nuestro, ni de sus otros pacientes. Pero tiene sus reglas la maquinaria administrativa y, aunque no estaba muy de acuerdo con la idea (según me han dicho), le ha tocado, para desconsuelo de su parroquia, jubilarse.
Y buena nos la ha hecho. Me fui yo, hace un par de días, con fiebre y con un dado a arreglar mi limbo sanitario. Acudí al centro de salud que me correspondía a solicitar un médico. Cualquiera que pase hoy, dije, no conozco a ninguno. Tiene usted que elegir, señora. Pues, espérese que tire los dados, a ver, un cuatro, éste mismo. Ya vi yo en los ojos de la colega un puntito de burla conmiserativa, pero era tan amable y profesional, que no me iba a contar nada, por mucho que intentara yo tirarle de la lengua. En fin, que fui a ver a mi médico con la idea de que me curase esta gripe bendita y me diera los papeles de ponerme en paz con Dios y con la patria. Y no veas cómo moló. Esperando estoy que me cumplan los dos meses reglamentarios y pueda volver a coger el dado y cambiarme de matasanos. No he entendido nunca a los médicos ariscos. Ariscos, digo, hasta la ofensa. No tengo yo vocación de andar curando cuerpos, y tal vez no sea quién para hacer un juicio, pero no entiendo que, la persona que te tiene enfermo, indefenso, angustiado y medio-desnudo ante sus ojos, no sea siquiera capaz de mirarte a los tuyos y dirigirte una palabra cordial (basta con “por favor”) o media sonrisa.
Dice mi amiga del alma, galena de profesión (qué pena, petarda que no tengas consulta en el seguro), que en esta tierra abunda el Don Fulanito. Afortunadamente, no todos son así, pero tiene razón mi amiga. Que, por estas latitudes, sólo es Don el médico (y el abogado si me apuras). Y que están tan encumbrados los colegas, tan más allá del bien y el mal, que han perdido, en muchos casos, la noción del respeto básico al prójimo. Yo no sé cuántos habrá de esta guisa. Pero también es mala suerte que me haya tocado uno.
23 nov 2010
¿Quién quiere pasar frío?
16 nov 2010
Sorteo 10.000... y Navidad
¡Por fin hemos pasado la frontera de los 10.000!
1. Imprescindible ser seguidor de nuestro blog.
2. En el caso de tener blog, no es imprescindible que anunciéis nuestro sorteo, pero aquellos que lo hagan tendrán doble participación en este (en este caso avisad cuando os apuntéis y poner el link para que sea más sencillo para nosotras)
3. La forma de participar es la habitual: habrá que dejar un comentario en este post apuntándose, y dejando una dirección de e-mail de contacto.
4. El sorteo se realizará el viernes día 12 de diciembre (salvo contratiempos).
5. La fecha límite para apuntarse es el día 10 de diciembre a las 24h.Y el día 12 de diciembre publicaremos el ganador.
6. Por razones de envío, sólo podrán participar personas que vivan en la Unión Europea. De todas formas si no es vuestro caso y estáis interesados mandad un e-mail para ver si podemos solucionarlo de alguna forma.
7. El ganador podrá elegir entre uno de los dos broches que os presentamos.
11 nov 2010
The Black Rider: November
Habla Hermana Mayor.
Mi primer trabajo serio, con contrato y nómina, fue el de azafata en el Teatro Central, durante la ya añeja Expo´92. No voy a decir que fuera exactamente el trabajo de mi vida, pero estoy obligada a confesar que fue un trabajo de escándalo, sobre todo para una estudiante como era yo entonces. Sólo trabajábamos las noches en las que había función (unas tres o cuatro a la semana), y sobre los cometidos no puede decirse que fueran para deslomarla a una: organizar un poco a la gente, abrir y cerrar las puertas, apagar luces… Y disfrutar del espectáculo siempre que lo deseábamos.
De todos aquellos espectáculos, recuerdo algunos con auténtico encanto y admiración. Uno de ellos fue The Black Rider, que, sencillamente, me dejó con la boca abierta. De él me impactó la música, el punto de tétrico cabaré que rodeaba a la historia, el desasosiego de la iluminación, las coreografías destartaladas, y los logros del vestuario y el maquillaje. Recuerdo que andaba yo trasteando por las tramoyas cuando me encontré de frente con uno de los actores en modelito de andar por las tablas. Semejante encuentro se me hizo a mí algo así como el mismísimo Fantasma de la ópera bajando una escalera interior. Pegué un alarido tal que las luces oscilaron. De nada sirvió que el pobre actor que iba dentro de aquella máscara se acercara a mí intentando calmarme con toda una verborrea en alemán, recordándome que él no era sino una pieza más en aquel mecanismo carnavalesco. Por el contrario, sus intentos no hacían sino empeorar la situación que iba quedando en unas dramáticas tablas: él se esforzaba por convencerme mientras yo luchaba con todas mis fuerzas contra la angina de pecho.
En aquel entonces, no había oído en mi vida hablar de Tom Waits, pero no se me olvidará la impresión que produjo en mí acompañarlo a su palco a él y a su séquito. Venía el colega envuelto en un aire gótico (antes de que los aires góticos estuviesen a la orden del día) que nada más mirarlo hacía sonar la Tocata y Fuga de Bach, acompañado de dos valquirias rubias de rasgos y caderas grandes. Pero lo mejor de su honorable compaña eran los niños: dos criaturas sacaditas del álbum de fotos de la familia Monster. Un chico moreno perfectamente vestido con traje negro, repeinado hacia atrás con brillantina, y una etérea hadita, pálida y transparente, dentro de un liviano vestido de gasa blanca, y un chal negro bordado todo él en calaveritas blancas cubriéndole los hombros. Es para comprender que, después de haber visto a toda aquella corte, impactantes novedades como Piratas del Caribe, La Novia Cadáver o El Señor de los Anillos a mí me hayan causado una cierta sensación de “deyavú”. Y es que a veces parece que no hay nada nuevo bajo el sol.
Valga esta evocación introductoria para dejar constancia de un poema (además de canción) que no podía olvidarme de compartir durante este mes. Señoras y señores, con ustedes, de The Black Ryder, November:
No shadow
no stars
no moon
no cars
November
it only believes
in a pile of dead leaves
and a moon
that's the color of bone
No prayers for November
to linger longer
stick your spoon in the wall
we'll slaughter them all
November has tied me
to an old dead tree
get word to April
to rescue me
November's cold chain
Made of wet boots and rain
and shiny black ravens
on chimney smoke lanes
November seems odd
you're my firing squad
November
With my hair slicked back
with carrion shellac
with the blood from a pheasant
and the bone from a hare
Tied to the branches
of a roebuck stag
left to wave in the timber
like a buck shot flag
Go away you rainsnout
go away blow your brains out
November
6 nov 2010
Un invitado descortés
En principio, y debe de ser porque mi ciudad no está tomada por los visitantes, los periodistas y los cuerpos de seguridad del estado, la visita del Papa a mí me dejaba indiferente. No estaba entre mis proyectos el irme a gritar mi posición ni entre la fervorosa multitud creyente, ni entre la algarabía de los “yo-no-te-espero”. Una posturita insulsa, sin compromiso alguno, a fin de cuentas. Tal vez porque hace ya tiempo que opté por el camino de la concordia y la tolerancia, que bastante he protestado ya en mis años mozos. He seguido con frialdad las noticias en los medios, enterándome de cómo se ultimaban preparativos, qué pensaban los unos y los otros del acontecimiento, y compadeciéndome de esos pobres ciudadanos decentes a los que la organización no iba a permitir volver a su casa el domingo si salían de marcha el sábado. Sin faltar el respeto a las muchas, muchísimas personas que esperaban esta visita, servidora pensaba, con cierto alivio, que bueno, que menos mal que este papa no nos ha salido folclórico, que si le llegan a gustar los toros y las castañuelas, nos toca a nosotros que nos trasteen la vida aunque sea unas horitas.
Hace un rato he visto en el telediario algunas imágenes del papa en España. Antes de aterrizar, las primeras. Y la posturita tibia se me ha empezado a calentar, a pesar del talante tolerante que me vengo imponiendo desde que crece en mí la cordura propia de los años. Decía, en resumidas cuentas, el señor Dieciséis que la preocupante actitud laica de la España actual le recuerda inevitablemente a la que caracterizó la primera parte de la década de los 30. Y lo soltaba así, sin más, como quien va a tu casa y te dice: a ver si lavas las cortinas que parece que van a echar a andar solitas.
A mí me enseñaron en mi casa que cuando se va a la de los demás, soltar un sapo por la boca es la peor de las ofensas que se pueden infringir, porque se paga el esfuerzo, la hospitalidad, la amabilidad, la cortesía… con un mazazo de ingratitud capaz de noquear a cualquier anfitrión. Y eso, creo, vale para todos. Para el niño que va a comer a casa del compañero de banca, para el primer noviete al que invitan los horrorizados padres anhelando echar el ojo a ése-que-llama-tanto-últimamente, para los invitados a casa de unos amigos, a casa de un jefe o un empleado, para los compromisos desplazados en una ciudad lejos de la suya. Para cualquiera que sepa estar, que tenga un punto de nobleza en el corazón y unos modales "sufi" pelao y mondao. Tanto da que se sea Jefe de Estado como currito de a pié, se sea Agamenón o su porquero.
No quiero entrar en polémicas de las que se ha escrito y hablado de tantas formas, ni recordar que un buen puñado de católicos coherentes rechazan la visita de este papa hasta que se revisen ciertos puntos oscuros de la Iglesia que, por desgracia, son cada día más populares. No voy a cuestionar el tino de Roma eligiendo representantes que parecen competir para ver quién se enfrenta mejor a la renovación y el progreso. Ni soy tampoco nadie para andar enmendándole la plana a lo que el urbi manda hacer y decir a los púlpitos del orbe. Ni quiero ofender al huésped recordándole que, en su iglesia, los que parten el bacalao sí que recuerdan cada vez más a la época de la Inquisición. Pero eso sí, que nadie me toque a mí a mi República, que eso también son ganas de andar provocando al prójimo, oye. Que no cuestione en casa nuestro invitado los colores del salón, ni los de nuestra historia, porque su frase inconclusa deja en el aire el resto, que me da miedo y que viene a ser algo así como: “afortunadamente, este laicismo se arregló después, lástima que ahora lo estéis otra vez estropeando”. Que no nos venga nuestro huésped a cuestionar el menú, ni las leyes, ni los credos. Porque mi casa yo me la organizo, y la tuya te la ordenas tú, porque el laicismo actual, al igual que lo fue el de los años 30, es fruto del consenso de la mayoría.
Pero, sobre todo, porque la cortesía y la hospitalidad bien son merecedoras de otros pagos.
24 oct 2010
Víspera de la Noche de Todos los Santos
Creo que fue en ET. Como todos los niños de mi generación acudí un día a la ineludible cita que todos tuvimos con él en la gran pantalla. La película me impresionó como a cualquiera de nosotros, creo, y me mantuvo en vilo hasta el glorioso final en el que su protagonista cabezón y de dedos luminosos es rescatado por el mismo cosmos que lo trajo. No creo que llorase, porque yo en mi infancia no era ni mucho menos tan llorona como ahora, pero tampoco puedo decir que me dejase indiferente. Pasé unas semanas enarbolando el dedo diciendo aquello de “mi casa”, “teléfono” (sin que me cayera del cielo ningún donut, que eso vino mucho después) y ahí terminó mi relación con el tierno alienígena.
Lo que no he podido olvidar, ni creo que podré hacerlo nunca, fue el shock que supuso para mí el descubrimiento de la fiesta de Halloween. Eso sí que me llenó la cabeza durante meses, y estuvo a punto de hacerme embarcar de polizona rumbo a los EEUU el octubre siguiente. Me pregunté, y desde entonces no he dejado de preguntarme, cómo nosotros podíamos vivir aquí, en este sobrio mundo del otro lado del Atlántico, sin tener una fiesta como aquella. Y es que las retinas se me llenaron de fantasmas, de brujas, de chuches, de disfraces más o menos terroríficos, de cementerios, de gusanos y arañas… Pero, por encima de todo, deseé una de aquellas calabazas luminosas que abrían sus fauces desdentadas de fuego naranja. La deseé tanto que, durante unos años, probé a hacerlas con todo lo que la naturaleza ponía a mi alcance en las diferentes épocas del año: calabazas, melones, sandías, calabacines, berenjenas… El doctor Frankestein hubiera palidecido de envidia al ver mis experimentos.
Luego, al ir creciendo, llegamos a la edad en la que había que renegar de los modelos capitalistas, especialmente de los EEUU, y yo, cuando tocaba, lo hice siempre con cierta sensación de Judas, ocultando que hubiera vendido por treinta calabazas encendidas cualquier protesta anti OTAN y aledaños. Menos mal que, entonces, nunca se supo. Después, poco a poco, la fiesta de Halloween empezó a filtrarse en la vieja Europa (de donde dicen algunos que era originaria) y se nos fue haciendo más familiar toda esta procesión de fantasmagoría que tampoco tiene nada que envidiar a la Santa Compaña.
Estando en la universidad, un buen amigo mío, que es mitad español mitad gringuito, y un excelente cocinero, nos invitó un día a la primera cena de Halloween a la que he asistido. Como plato fuerte, preparó una sopa de calabaza del sur de los EEUU, sacada de la revista “Country Living” que recibía su madre, que era una deliciosa bomba de calorías que yo cada año repito por estas fechas. No contento con aquello, se había animado con unos aperitivos que nunca podremos olvidar los comensales invitados a aquella cena. Resulta que, de su tierra natal, había traído su madre unas simientes de una variedad sureña de pimientos (de origen africano) llamados okras. Pero las okras, que se habían reproducido en su casa durante lustros, habían ido las pobres perdiendo su esencia autóctona, maleándose y adecuándose a la tierra, y avanzando en su metamorfosis hacia una suerte de alcachofa higochumbera que en nada se parecía a la especie original. Aquello era, a fin de cuentas, una estropajosa bola de hilo que no había Dios que se la comiera, que te pinchaba hasta los dientes y que, para ser tragada, necesitaba de una buena cantidad de agua y no menos disciplina. Pero nosotros, que sí, que seríamos anti-todo, pero que estábamos una jartá de bien educaítos, nos callamos nuestras malheridas bocas, y seguimos disfrutando de aquellos pimientos que sabe Dios qué demonio de Halloween había puesto en nuestros platos, pensando en quién tendría el valor de decirle al cocinero: cómete tú las okras, guapo, que a mí me están atacando.
Y así las cosas, fue, paradojas de la vida, mi recatada hermana quien, haciendo acopio de toda la fortaleza de su interior para vencer el tabú de los modales y su propia timidez, dio el primer alarido y dijo: lo siento, pero yo no me como esto por mucho vino que me des antes. Casi se nos caen los cubiertos a todos, por la salida, pero se oyó un profundo suspiro de alivio general, al tiempo que alguien, coincidiendo con las 12 campanadas del reloj, lanzaba, escalofriante, la voz de alarma: ojooooooooooos, gusanoooooooos. Y es que las semillas del malhayado pimiento parecían ojos gelatinosos que desafiaban, manteniendo la mirada, al héroe clásico capaz de hincarles el diente. Y, además, del pino piñonero que crecía al lado del huerto se había colado en algunas de las okras una peluda ristra de “bichopino” (esas orugas punzantes que trepan por los pinos en fila india), y allí estaban, mitad vivas mitad muertas, ajenas al horror de la noche, deslizándose entre los ojos resbaladizos de aquellos exóticos pimientos.
Y ahora que, para regocijo de la niña que fui, la Víspera de todos los Santos se celebra aquí con el mismo desparpajo que en los USA, tiene uno por fin la oportunidad de asistir a alguna de esas cenas -entre pueblerinas y jubilosas- que incluyen en el menú delicatesen tipo: surtidito de lápidas en escabeche. Pero yo no puedo evitar acordarme de aquella noche, y me dan siempre ganas de decirle al camarero o a mis anfitriones, según se tercie: si supieras tú, pobre aprendiz, lo que yo llegué a comer una noche como ésta…
21 oct 2010
Zapatitos de tacón
18 oct 2010
Violetas
Voy dejando a mi espalda el enorme portón verde. Subo los dos escalones que me llevan dentro de la casa. Delante de mí, el interminable corredor acaba de ser fregado, en el, para no ensuciarlo, han ido colocando meticulosamente a modo de damero, hojas de periódico. Salto de los deportes a los sucesos, de los sucesos a las esquelas, de las esquelas a la editorial, y así hasta llegar a los anuncios por palabras, que preceden al salón. Deslizo con decisión la puerta corredera con decenas de capas de pintura blanca sobre su superficie. Años más tarde aun sigo recordando aquella casa con la misma majestuosidad de un retablo gótico.
Repito el camino que tantas veces he recorrido, y todas ellas con le misma ilusión, con la misma devoción. Me coloco delante de la enorme vitrina, es inmensa. Dentro, cientos de platos, tazas, vasos, copas… toda clase de tesoros se presentan ante mí. Desecho los vasos de colores psicodélicos, las copas art decó, la vajilla de Macao. Sólo tengo ojos para esa porcelana de bizcotela, adornada con esas pequeñas violetas en pequeños ramilletes y sus filitos de oro. Mi mirada va tanteando; sopera, platos de postre, las fuentes, la ensaladera, la salsera… Esta era también su preferida, porque ella amaba las violetas.
Hola a todos. El otro día he empezado un nuevo blog para mis fotografías, os copio aquí la primera y única entrada hasta el momento. Si os interesa, espero que lo visitéis. http://ahoradipatata.blogspot.com/2010/10/violetas.html Muchas gracias por todo
15 oct 2010
Corazón enjaulado
12 oct 2010
Madre patria
Siempre me ha sorprendido lo de “la madre patria”, que me recuerda inevitablemente al chiste aquel del calvo con mucho pelo. Y es que resulta que, a veces, la lengua tiene esas contradicciones: eso de la madre-padre que viene a ser algo así como el hermafroditismo del espíritu nacional. Que no sabe uno si la patria es padre como su nombre indica, o madre como quiere que, siendo de género femenino, tengamos a bien llamarla. El caso es que, sea por estas contradicciones, sea por sabe Dios qué misterios, nunca he sido muy dada a las efusividades patrióticas. Siempre me he considerado tipo Brassens, más bien al margen del tamboreo de los desfiles y los escudos varios. Y con este panorama se me ocurrió a mí nacer el 12 de octubre de hace algunos añitos. Hala, a compartir cumpleaños con las Fuerzas Armadas y la Virgen del Pilar. Menos mal que siempre me las arreglo para que me caiga en fiesta.
A lo que iba. Me da la impresión de que en nuestro país tendemos -o tendíamos- a relacionar los símbolos patrióticos con la dictadura, y que, hasta hace bien poco, ir por el mundo luciendo una banderita cantaba saetas sobre de qué lado estabas en el carrusel de la política. Recuerdo que, hace ya bastantes años, un guiri me preguntó (mi vida es un ir y venir de guiris de todos los modelos y colores) que dónde podía comprar una bandera española para llevársela de recuerdo a Wisconsin. Existía en mi ciudad un tienduco llamado “la tienda el facha” donde en mi adolescencia se compraban los aderezos de skinheads y otras linduras multicolores de evocación patriótica. Como que me daba corte mandar al guiri al garito aquel, y no supe muy bien qué contestarle. El tío, sorprendido, no entendía que, si ellos llevaban hasta los empastes de barras y estrellas, aquí no se pudiera comprar una bandera de tela de andar por casa en cualquier chiringuito. Ponte tú a explicarte a ése el lío de colorines e iconos que nos gastamos por estas tierras. La cosa es que, hace un par de días me preguntó otro foráneo (japonés éste) que dónde podía comprarse una corbata con la bandera de España para aumentar su colección. Esta vez, con unos años de diferencia, no he tenido problemas para mandarlo al comercio en cuestión, sin ningún apuro ni reminiscencia política, y sin pensar mucho, porque hoy por hoy tampoco es algo tan difícil de encontrar.
En junio, mi hijo mayor me pidió en la tienda de todo a 2€ (¡Oh, paraíso de los fabricantes de artesanía!) un artilugio que imitaba a una barra de labios como para pintarle los morros a Angelina Jolie, pero compuesta por tres bandas -roja, amarilla y roja- capaces de dejarte como un atlas de una sola pasada. Servía para decorarte las mejillas, frente, brazos y lo que quisieras antes, durante y después (sólo en caso de victoria) de cada partido de fútbol en los pasados mundiales. Y a mí que, todo hay que decirlo, la tricolor siempre me ha puesto mucho más que la bicolor, no me pareció, extrañamente, mal del todo. Y en vez de decirle a mi criatura que con ese mamarracho iba a parecer la versión cañí de Rudolf Hesse, me rasqué el bolsillo y le compré el banderamen. Y he de reconocer que la amortizamos, porque como dijo el pulpo Paul, España se salió con la suya y le dio pal pelo al resto del mundo.
Y ahora que se acerca el 12 de octubre, casi me caigo de la silla al darme cuenta de que no me da tanto repelús como antes ver al país haciendo alarde de orgullo patrio. No sé si me hago vieja, o es que el paso del tiempo suaviza los malos recuerdos, incluso los de una nación. Pero la cosa es que lo que a una gran parte de los miembros de mi generación nos parecía una agria reminiscencia del pasado, viene a ser para generaciones más jóvenes algo así como un punto de encuentro, aunque sea a través del deporte. Parece que las banderas, como las palabras, van perdiendo unos matices y ganando otros. Y, aunque todavía tiene que llover mucho para que servidora salga a la calle amarrándose los pantalones o la muñeca con una banderita, me alegra que los tiempos estén cambiando.
9 oct 2010
Mens sana in corpore sano
Con la vuelta al cole llega también el retorno a las actividades extraescolares, gran parte de las cuales son deportivas. En casa, tocan unas cuantas que no merece la pena concretar, pero que son más de tres, y para las que hay que estar bien equipaditos. Por eso, esta mañana, era ineludible la visita a Decathlon, listas en mano, para no dejarse en el tintero (o en los bolsillos del chándal) ninguno de los básicos de la temporada, a saber: sudaderas, camisetas, pantalones, calcetines, distintos tipos de bolas, pelotas y pelotillas, instrumentos varios, protectores de toda la anatomía humana (parece mentira que, siendo tan pequeños, haya tantas zonas para proteger. Ni Lanzarote del Lago, oyes), bolsas, zapatillas… seguro que algo se me olvida, pero no importa, que ya me reñirá el entrenador en cuestión, que a las madres los entrenadores nos tienen más derechas que a los futbolistas profesionales.
No soy precisamente una madre tipo silla. De hecho, siempre he sido bastante inquieta, y me gusta el deporte de manera razonable. No puedo decir que sea vigoréxica, pero no podría vivir sin echar fuera adrenalina poniendo en marcha el esqueleto. Odio el deporte en lata, y sé que en esto no soy precisamente un bicho raro, pues es algo muy común a los miembros (que no miembras) de mi sexo (que no género). Adoro, por encima de muchas cosas, a mi bicicleta, con quien comparto una hora diaria, y a la que un día de éstos dedicaré una larguísima oda. Y es que, desde bien pequeñita, se encargaron de meter en mi cabeza aquella máxima rebosante de sabiduría que reza: “mens sana in corpore sano”, o lo que es lo mismo, un cuerpo bien torturadito por las propiedades beneficiosas de las manzanas y el footing (perdón por el arcaísmo, pero en los 80 yo ya tenía uso de razón) piensa mucho mejor. Así que, para que mi coco mantenga el equilibrio y no me dé el día menos pensado por practicar “balconing” con mis niños de la mano, no hay nada mejor que cuidar el palmito con una dieta saludable y equilibrada, nada de alucinógenos artificiales y una moderada dosis de deporte diario. Sinceramente, no me va mal. Y, aunque no puedo jurarlo porque nunca lo he probado, creo que no podría prescindir de estos saludables hábitos.
Y se ve que no soy la única que practica esta máxima, porque ¡madre mía cómo estaba el Decathlon! Era difícil andar entre tanta gente y tan dispar en tantas cosas: sexo, edad, intereses… No sigo, que da miedo ahogarse en las trampas pantanosas de lo políticamente incorrecto. El caso es que resulta imposible negar el tirón que tiene en nuestro Planeta Hispánico el material deportivo. ¡Qué de vocaciones!, y más ahora que vamos ganándole al mundo en una jartá de disciplinas. Si es que parece que los españolitos llevamos los aros olímpicos tatuados en nuestra piel de toro, y que no nos cuesta gastar en chándal nuevo. Contenta salí de allí viendo cómo todos estábamos bien encaramados en el carro de la vida saludable. Tanto que, para celebrarlo, decidí darme un caprichito y hacerle una visita a la librería más cercana, armada de paciencia, eso sí, porque esperaba encontrar allí una bulla de Semana Santa proporcional a la que cuidaba el palmito engrosando las arcas de la multinacional gabacha. Pero cuál no sería mi sorpresa al descubrir que los del corpore sano, la mens la tenían llenita de telarañas, porque allí los pasillos estaban bien vacíos, el público no mostraba tanta heterogeneidad, y nadie peleaba con el prójimo por llevarse al agua el tomo más gordo ni lucir musculatura craneal. No había bullicio ni algarabía a la hora de comprar material para poner en forma el coco, ni los monederos se abrían siquiera con el mismo desparpajo. El Hombredemivida, que venía conmigo, y supongo que viendo mis ojos como platos, me dijo: “qué distinto sería este país si esta tienda tuviera el tirón de la otra”. De verdad que sería distinto, pensé, tanto que hasta daríamos miedo.
8 oct 2010
Resultado del Sorteo
El sorteo se ha realizado mediante la web www.sortea2.com (realmente existe de todo en internet)
Muchas felicidades a la ganadora
Nube de Pegatiina
Resultados del sorteo:
- Puesto 1: 51 Nube de Pegatiina (nubedepegatiina)
Nos ponemos en contacto por correo eletrónico para que nos facilites todos los datos y nos digas cuál de los collares quieres que te mandemos.
Muchísimas gracias a todas por vuestra participación, ha sido un verdadero placer para nosotras
29 sept 2010
La vuelta al mundo
Jackie creó un grupo en flickr llamado la vuelta al mundo. Llevo mucho tiempo siguiéndolo, pero no ha sido hasta ahora que me he decidido a participar. Cada mes, Jackie propone un tema para que todos los integrantes del grupo, cámara en mano, trabajen sobre éste. La dinámica es la siguiente: se podrá subir en la galería de flickr, una foto al día máximo, o bien el último día de mes subir (si eres bloguero) un post con las fotos realizadas sobre el tema. De esta manera y a partir de este mes, publicaré mi post con las fotos realizadas.
Por cierto, Jackie imparte también un curso online de fotografía, del cual leo siempre maravillas, y en el que al fin podré participar el próximo mes de noviembre. Estoy contando los días.
El tema del mes de septiembre ha sido sillas. Ha sido un tema complicado y lamentablemente he dejado varias ideas en el tintero. Éstas son las fotografías que he realizado.
28 sept 2010
Camafeos nupciales.
25 sept 2010
Flores, anillos, tules, arroz y... ¡unos camafeos!
Sentimos por todas estas chicas un cariño especial, y es que es miembro de esta familia una de esas personas que te encanta encontrar cada mañana, que te alegra el día de verdad, que no abre nunca la boca si no es para soltar una palabra amable, que es toda ella un tratado a la vez de sencillez y buenos modales: nuestra amiga Marisa, con quien hemos compartido muchas horas de parque y guarde.
23 sept 2010
El país de las maravillas
22 sept 2010
Corazón de melón
Haciendo la compra semanal de Mercadona, pasé por delante del “stand” de los melones. O mejor dicho, de los medios melones, porque visto el éxito de la idea, debe de ser mucho más lucrativo venderlos así, cortaditos por la mitad. Desde luego, conmigo funciona: antes no solía comprar melones con frecuencia porque siempre una parte de ellos terminaba en el cubo de la basura (y yo apenas podía soportar los remordimientos), pero ahora cae alguno de vez en cuando. La cosa es que, con mi medio melón en el carro, y aprovechando que raramente iba sin niños, me puse a reflexionar-fantasear sobre la idea de a dónde iría a parar la otra mitad de mi melón. Me lo imaginé, por poner un ejemplo, en casa de unos dulces abuelitos, ocupados en racionarlo por miedo al azúcar. Quizá fuera a parar a una casa tipo la mía, compartiendo nevera con alimentos bien pensados para ayudar a crecer a unos niños amados por su familia. O tal vez se encontraría en el domicilio de algún purista de la alimentación, que se encargaría de consumirlo en el momento idóneo y en la combinación perfecta, después de una breve estancia en un frigorífico último modelo y color acero. Imaginé cómo iría a la mesa de algún hogar normalito -mantel de cuadros, cubiertos de mango de pasta- a los postres de una animada reunión familiar, tal vez acompañada por el tedioso soniquete del telediario…
Al final, y sin apenas darme cuenta, después de una escalonada sucesión de mesas, el melón fue poco a poco subiendo de categoría. De repente, vi que no podía soportar que el otro melón, la mitad afortunada, gozase en otro hogar de privilegios que no existían en el mío, y los celos terminaron corroyéndome por dentro. Tenía dos tajadas ya servidas en unos monísimos cuenquitos de plástico de Ikea que utilizan mis hijos para dejar caer al suelo y comer cuando se tercia, cuando la soberbia se adueñó de mí, y, sin controlarme, vacié los cuencos en otros de delicada porcelana alemana, cambié los cubiertos de siempre, los de acero inoxidable, por los de plata de la herencia, y vestí a mis hijos con sus mejores galas para sentarlos a la mesa: manteles de Holanda con bordados de palacio. Mientras yo, con los dedos cargados de brillantes, hacía tintinear una campanita de cristal para que apareciera Bautista, bien acicalado y en compañía de una bandejita de plata, para poner los dos servicios delante de mis tiernos infantes. Y así andaba yo como una zombi por Mercadona, que ya había empeñado todo lo que tenía para pagarme los lujos y no decepcionar al melón, cuando me di cuenta de hasta dónde había llegado. Porque sí, oyes, para no ser menos que el prójimo, por pelusa del vecino, porque mi melón no tuviera nada que envidiar a los otros melones del mundo.
Y es que así somos nosotros. Es muy español esto de vivir por encima de las posibilidades para alardear delante de cualquiera (vale incluso un melón), y para que no salgamos perdiendo al compararnos con el de al lado. Cuántas familias hay corriendo derechitas a vender el anillo de la abuela, no por necesidad, sino para que no se note que estamos pasando por esto de la crisis. Yo conozco algunas.
17 sept 2010
El hábito, el monje y algunos artistas del Este
Parte de la Historia y Geografía de la que me examiné en Selectividad perdía su vigencia (si es que vale también en el caso de la Historia) ese mismo verano. Aunque todavía existía en parte el coloso que fue la Unión Soviética, es también cierto que por esas fechas andaba empezando, por decirlo en castúo, a caerse a cachos, como una casa abandonada en la adversidad que ha resistido ya todo lo que estaba en su limitada mano. Empezaban a desprenderse algunos de sus miembros víctimas de una lepra bien esperada, pero en aquellos años existía todavía un agonizante bloque del Este bajo la tutela de la Gran Hermana Rusia (y ésa sí que era hermana mayor). De ella, precisamente, desembarcó un día en la Hispalense un pintor cuyo nombre no alcanzo a recordar.
Con el atolondramiento propio de los años, ahí nos fuimos mi amiga y yo para conocerlo. Por supuesto, y por más que lo negásemos, teníamos, por aquellos tiempos, bien arraigado el convencimiento de que el hábito hacía, por dentro y por fuera, al bueno del monje. Yo misma me arrastraba por el mundo envuelta en una capa de lana rústica, el pelo lacio con raya en medio y un tirito bien dao en el centro de la frente. Los tiritos los compraba anualmente en “La India” del Corte Inglés, y eran de terciopelo rojo, autoadhesivos y me daban un airecito étnico que te morías, sobre todo en combinación con la sonaja de collares, la capa franciscana y los botorros gastados. (Y ahora va y dice la revista Marie-Telva que nos liemos a mezclar, oye, como si hubieran descubierto ellos la pólvora del estilo piji-hippy-sevillano de finales de los ochenta y principios de los noventa…) En fin. Era mi amiga menos dada a los disfraces, pero para la ocasión se colocó también algunos pingos que le dieran cierto aire de bohemia. Y con el descuidado atuendo bien seleccionado terminamos aquella noche en La Carbonería, que era el garito de modalternativa del momento, sentada una a cada lado del pintor ruso, que, de vez en cuando me ponía un dedo en la frente y me preguntaba: ¿indian? Y yo venga a decirle que niet al colega, pero daba igual, porque, además de que le hacía ilusión que yo fuera india, la comunicación verbal era imposible por ignorancia idiomática de una y otra parte. Y digo verbal porque, al contrario que su nombre, todavía recuerdo sus cuadros, que hablaban por sí solos, y que eran oscuros y envueltos en un aura de pesimismo al que éramos entonces bien aficionadas nosotras dos. Y también oscuro venía él, enfundado en una chaqueta de chándal de las de raya en la manga tipo Adidas que en aquella época era poco menos que un insulto. Bien recuerdo que se nos cayeron los palos del sombrajo cuando lo vimos de semejante guisa, nosotras, tan preocupadas por la bohemia de nuestras carrocerías. Y que sentí lástima.
Como en tantas otras cosas, la iluminación te llega con los años. Y es que entonces no fui capaz de entender todo el significado de aquella lástima que andaba rebotándome por dentro. Me imagino que pensé que aquel hombre carecía de los recursos para comprar un atuendo más vistoso, pero no se me ocurrió pensar nada acerca de la miseria de su entorno, que iba mucho más allá de lo material que a mí tanto me preocupaba. Con los años he empezado a vislumbrar lo que había detrás de aquella chupa de chándal, la otra cara de la realidad del horror de tan zafio atuendo, que no era sino una diapositiva a través de la cual no me paré a mirar lo terrible de la vida de los artistas del Telón de Acero, siempre en el filo de la navaja, en el punto de mira, en el peligroso trapecio del caer en la gracia o desgracia del sistema per fas et nefas (lo siento, no puedo resistirme a un latinajo). Y es que este año me han contado tres historias de esa realidad: la primera, mi admirado Kadaré, con su novela Spiritus, las otras dos han sido las películas La vida de los otros (desde que soy madre llevo el cine con bastante retraso) y El concierto. Son tres historias muy diferentes, como lo es la manera de contar cada una de ellas: trágica, cómica, desafortunada, esperanzadora, incluso tétrica… Pero tienen en común la persecución al artista y su entorno, la tela de araña del sistema que no deja escapar al más brillante, la lucha entre el compromiso y el sometimiento, el miedo y la valentía, y, por encima de todo, una pavorosa injusticia adulada por la ignorancia… Y ahora va Fidel y nos sale con eso de que el sistema ya no le funciona. Fíjate, como cuando el Vaticano nos canceló el Infierno. ¿A quién vamos ahora a pedir disculpas?
15 sept 2010
Primer sorteo La Aguja Piruja
E aaaaEstábamos deseando poner este post, pero entre unas cosas y otras, encarguitos vuelta al cole… nos iban pasando los días. Ahora ha llegado el momento, y así lo anunciamos a bombo y platillo. La Aguja Piruja se pone sus mejores galas, para sortear entre todos nuestros seguidores un collar. Para que no haya malentendidos os enumeramos las reglas:
1. Imprescindible ser seguidor de nuestro blog.
2. En el caso de tener blog, no es imprescindible que anunciéis nuestro sorteo, pero aquellos que lo hagan tendrán doble participación en este (en este caso avisad cuando os apuntéis y poner el link para que sea más sencillo para nosotras)
3. La forma de participar es la habitual: habrá que dejar un comentario en este post apuntándose, y dejando una dirección de e-mail de contacto.
4. El sorteo se realizará el viernes día 8 de octubre (salvo contratiempos).
5. La fecha límite para apuntarse es el día 8 a las 8h de la mañana.
6. Por razones de envío, sólo podrán participar personas que vivan en la Unión Europea. De todas formas si no es vuestro caso y estáis interesados mandad un e-mail para ver si podemos solucionarlo de alguna forma.
7. El ganador podrá elegir entre uno de los tres collares que os presentamos.
Esperamos no dejarnos nada, que somos novatillas en estos temas.
Muchísima suerte a todos.
7 sept 2010
Gracias Judit del Taller de Baöbab
31 ago 2010
Atardecer
Un poquito de poesía, para animar al espíritu en su vuelta a la realidad.
29 ago 2010
Tarde de domingo
21 ago 2010
I treni per Reggio Calabria
7 ago 2010
Una de fobias
Lo ignoro por completo. Desconozco en su totalidad el mecanismo de supervivencia psíquica que me lleva a intuir. De hecho, no sé si la intuición constituye un tema lo suficientemente serio como para ser tenido en cuenta. La verdad es que no soy muy dada a creencias extrasensoriales... Debe de ser por la influencia cartesiana de mi entorno. El caso es que, a pesar de esta reflexión, puedo decir que, de alguna manera, sé que están ahí. O mejor dicho, sé cuándo están ahí. Y lo sé mucho antes de haberlas visto. Y no puedo decir que las oiga, porque nunca he permanecido en su presencia el tiempo suficiente como para poder afirmar si hacen algún tipo de sonido. Y no sé siquiera si puedo olerlas. O si transmiten una suerte de onda misteriosa que yo pueda percibir a través de mi piel. Pero lo cierto es que, como un depredador asesino, cuando las busco cautelosamente, es porque antes he sabido que están ahí. Aguardando. Aguardándome.
No obstante toda esta preparación, el shock es inevitable. Después de la intuición el siguiente paso es la constatación. Y, ante la evidencia, lo único que no puedo afirmar es que mi reacción sea siempre la misma, y por lo tanto, mínimamente predecible. Hace poco salí precipitada de casa arrastrando a los hijos semidesnudos. El cazador de la familia estaba fuera, procurando el sustento de su prole, y no pudo acudir en mi auxilio al grito de “Socorro Popeye”. La verdad es que parecíamos de desahucio, recién llegados de la piscina, despeinados y dispuestos a quitarnos el cloro en la ducha… veni, vedi, vici. La intuí, la reconocí y salí corriendo. Gracias a Dios, el portero, alertado por mis gritos, apareció en el descansillo, pertrechado con una escoba, en una especie de cruce mutante entre un Rambo y un respetable miembro de La Aguja Piruja. ¡Con la escoba no, por Dios, con la escoba no! Conseguí convencerlo. O mejor dicho, como a Mortadelo le di el cambiazo: la escoba por el espray. Una menos. Al Walhalla de la cucarachas.
Cuando el hijo mayor era poco más que un bebé fuimos a merendar a casa de unas buenas amigas. Mujeres de una misma familia, que pertenecen a dos generaciones y que son realmente modelos de mujer: cultas, generosas, divertidas, activas, valientes, luchadoras, creativas… Cada una con sus particularidades, constituyen un grupo fantástico. Y, aunque son diferentes, tienen entre ellas un elemento común: el amor por la vida. Llegados a este punto, no quiero que nadie me malinterprete. Amo la vida como nadie. La recibo en oleadas cuando estoy consciente. Me nutro de ella mientras duermo… pero de ahí a llegar a ese extremo budista de no matar un piojo, ¡no!, mire usted que no. Me niego a vivir en un entorno cucarachero como estas amigas, cuyos clanes de cucarachas no paran de dar las gracias a sus dioses por haberles regalado la tierra prometida, el paraíso terrenal sin pasar por la escoba, el plus ultra del baygón. Yo no. Discúlpenme si hiero su sensibilidad, pero yo, decididamente, no.
Y ahí estábamos los tres: mi madre, mi bebé angelical y yo. Y, de repente, la llamada de la selva golpeó mi inconsciente. Está aquí. Me giré en todas las direcciones pero no pude localizarla. Derecha. Izquierda. Vista al frente. Por la retaguardia. Nada… Y entonces la vi. Se paseaba por el techo del salón como un noble por la tierra heredada de sus antepasados. Con orgullo, soberbia incluso. Me puse pálida, creo, y crucé una mirada furtiva con mi madre que, dotada de mi mismo instinto, ya la había localizado igualmente. Respiré. Y desde ese momento tengo la certeza de que figuro en algún manual de instrucción militar del Pentágono, como ejemplo de autocontrol, pues no grité, no me mesé los cabellos, no corrí desquiciada y sin rumbo por todas las esquinas del salón, no me desmayé, y ni siquiera me convertí en estatua de sal, sino que, impertérrita, seguí con mi merienda. Delicioso este té y estas pastas, Mrs. Jiménez.
Reconozco que, influidas hasta la médula por el Barroco Sevillano y su exuberante iconografía, mi madre y yo nos convertimos, desde ese preciso momento, en dos clones más que perfectos de alguna de las Inmaculadas de Bartolomé Esteban Murillo: pálidas pero arreboladas, las manos fervorosamente cruzadas, y la mirada vuelta al cielo en expresión de éxtasis. Y tal impresión de éxtasis hubimos de dar que nuestras anfitrionas volvieron ellas también los ojos al cielo, esperando toparse de bruces con el Espíritu Santo cuando menos. Pero lo que vieron fue al mismísimo Don Rodrigo Díaz encarnado en cucaracha, desfilando apaciblemente por los brazos de la lámpara.
¡Huy, un bicho!, dijeron ellas al tiempo que se arremangaban sus túnicas azafrán, empezaban a hacer arder varillas de incienso, y hacían tintinear sus crótalos al ritmo de “Hare, hare, hare Cuca”. Y la sacaron a la calle por la ventana del salón, seguida de un coro de palmas, sin tocarle una antenita. Mayor convivencia de religiones no se había visto desde la Escuela de Traductores de Toledo. Las budistas, y el par de Purísimas Inmaculadas corriendo en pagana procesión detrás del Santo Insecto, mientras el pequeño –llámese Buda, Jesús o Perencejo- batía palmitas ante tanta agitación.
Toda una experiencia.
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