22 abr 2011

El Día de la Tierra

Habla Hermana Mayor.
No soy ni mucho menos una ecologista, pero intento imponer en mi hogar ciertas normas, a veces impopulares, para echar un cablecillo a esto del entorno. Hablamos muchas veces de las medidas que deberían tomar los gobiernos para evitar que la tierra se machaque todavía más, o al menos para intentar que lo haga a un ritmito menos intenso. Hoy celebramos 41º cumpleaños del Día de la Tierra, y estoy convencida de que, al margen de lo que hagan los gobiernos, los ciudadanos tenemos también una responsabilidad, y mucho que aportar a esta lucha. Yo tengo abiertos pocos frentes, pero creo que eso es mejor que nada, y por eso no pienso cejar en mi empeño. Aquí están mis duros ecotraumas del día a día:


• ¡¡¡Las lucesssssssssss!!! Además de los cuatro que solemos vivir en esta casa, hay un quinto e invisible visitante (que ya vivía también en casa de mis padres), llamado Don Gumersindo y que tiene el don de estar encendiendo luces en habitaciones donde no hay nadie. Siempre hay que estar detrás de Don Gumersindo, apagando sus luces, si no se quiere provocar un desastre medioambiental o arruinar a la familia con la factura de la luz. Recuerdo que en casa de una amiga no tenían a este invitado, pero estaban invadidos por los Hombrecitos Verdes, cuya facultad era exactamente la misma. Si conseguimos educar a todas esas hordas de extraños y antiecológicos personajes que pululan por nuestras casas mucho habremos hecho en favor de nuestro planeta.

• El misterioso caso de la invasión del papel reutilizable. O por qué mi joroba no deja de crecer. En realidad, cuando mis hijos se hagan adultos y reciban a dúo el premio nobel del dibujo artístico en modalidad naíf -que tendrán que inventar para ellos-, me sentiré orgullosa de lucir la terrible giba de mi espalda, especialmente porque habré matado dos pájaros de un tiro: tener a dos artistas en la familia y haber salvado a la tierra del desastre ecológico. La cosa es que no permito en mi trabajo que un sólo papel vaya a la papelera con una carilla libre. Y todos los que me encuentro van al saco, y el saco llega a casa, mientras yo voy poniendo de moda el estilismo a lo Cuasimodo. Por eso, para amortizar tanto papel y tanto sufrimiento, cuando hay un minuto libre en casa pongo a mis descendientes a pintar un ratito, así vamos consumiendo las torres de papel antes de que hundan el suelo de la casa.

• La sorda batalla a muerte con el Cazador. Confesando un pequeño secreto, diré que vivo en un entorno de "ecoescépticos". En esta casa mía es la madre la que se impone a la hora de revolucionar las basuras, trastearlas todas y mandar cada cosa a su limbo correspondiente. No es que mi matrimonio se tambalee en la cuerda floja por culpa del reciclaje, pero tampoco puedo decir que el otro cincuenta por ciento interesado se mate por colaborar en las ecotareas. De hecho, y como pasa en otros tantos hogares que conozco, el Cazador se limita a levantar una ceja mientras murmura algo así como "si sirviera de algo...", y acarrea la bolsita de los vidrios con cara de resignación, pensando que podía ser peor, y que puestos a elegir, más vale que a su correspondiente le dé por el reciclaje que por encadenarse a los matojos de la calle, que no deja de ser un acto de valentía, dado el estado en el que los tienen los perros del barrio.

• El agua. Psalmus IV: Repetid conmigo: niños, por favor, no llenéis el baño hasta tres cuartas por encima de su borde. (Popea y su leche de burra son una constante fuente de inspiración para mis vástagos). Intento concienciarlos cada día de la importancia del ahorro del agua, de que hay que pensar en quienes no la tienen, y con esto he estado machacando a mis hijos durante su breve pero intensa existencia. Hasta el otro día, en el que descubrí que me había pasado levemente cuando vi a mi dulce princesa dando saltitos en medio del pasillo mientras recitaba unos mantras para distraer su conciencia, esperando que su hermano dejara libre el baño de los niños. ¿Por qué no vas al otro?, le pregunté, y ella me miró horrorizada, mientras con lágrimas en los ojos me decía, "mamá, porque en tu baño se gasta agua y se seca la tierra". Ignoro cómo ha llegado a esa cabeza la idea de que mi baño consume agua y el suyo no, pero no podía consentir que se le llenaran de piedras los riñones por culpa del ecofanatismo de su madre, así que, después de explicarle que todos los baños consumen agua, he relajado un poquito la presión del ahorro (sin convertir por ello mi casa en la versión hídrica del vivalapepa).

Cuatro cositas de nada, pero el año que viene tendremos algo más añadido a la lista de ecotareas, lo prometo. Especialmente porque poco a poco voy ganando aliados para la causa, y a estas alturas el marcador refleja un resultado nada decepcionante para mí: madre ecoplasta 3, contaminador militante 1. Ayer, mientras mi hijo arrancaba de las manos de su padre unas servilletas de papel (lo siento, en breve tengo proyectado una campaña para volver a las de tela, aunque tengo que sopesar si contamino más con el jabón de lavarlas) nos marcamos otro tanto. Y es que mi hijo, al tiempo que salvaba de la basura las servilletas de papel que no habían sido utilizadas y se disponía a colocarlas en el servilletero, le dijo a su padre: las tres erres, papá, las tres erres. ¿Las tres erres? repitió el Cazador a punto de ser iluminado en los misterios de la ecología. Sí, papá, reduce, recicla, y reutiliza.
Y esto es todo, ¿o no?

2 comentarios:

  1. ¡Cómo si lo estuviese viendo!A fé mía que eso es real. "Las luuucesss", entonces se oye una voz que dice : "en esta casa siempre se dejan las luces encendidas". ¿Y la basura? Yo nunca me entero dónde tirar las cosas y siempre pregunto "¿esto dónde va?", "dejalo ahí", se me contesta.
    Me he reido mucho con el comentario de Hermana Mayor

    ResponderEliminar

Twitter Update