15 ago 2011

Cincuenta millones. Veintidós millones

Habla Hermana Mayor.
Tengo una amiga muy compenetrada con los rollos budistas que no veas cómo reza. Cuelga unas banderitas con todo aquello que quiere comunicar a las alturas y pasa una mano como hacía Jerry Lee Lewis con su piano, con la esperanza de que el aire transmita a los dioses sus respetos. A mí me encanta esta manera de rezar, tan lejos de la soporífera que me inculcaron de niña, tan ajena a ese espíritu poco práctico de los golpetazos en el pecho y la mortificación. Me contaba mi abuela que, siendo ella maestra rural, oía en las letanías del rosario vespertino las peores injurias que contra el latín -incluso el eclesiástico- podían cometerse. Había una larga lista de disparates, capaces de reventar el “appendix probi”, un compendio de perlas resultantes del enfrentamiento entre la noble lengua de Cicerón y la ignorancia secular, alimentada por el hermetismo de los ritos. Recuerdo una de ellas porque ya de niña me llamaba la atención por lo rallante en la blasfemia; aquello de “Madre de Dios, tú rebuzneas”. Yo me preguntaba cómo podía alguien imaginar en el rosario a la mismísima virgen, rebuznando (o rebuzneando) sin preguntarse el porqué de tamaño disparate. Me imagino que el “turris eburnea” les sonaba tan a chino que por algún lado había que asimilar. Semántica pura. O no.
Como no tengo yo el bandereo de mi amiga desparramado por mi salón, y ante el temor de decir o cometer algún que otro disparate, hace mucho que opté por rezar a lo práctico; pongamos, como ejemplo, que quiero agradecer A Quien Corresponda la fortuna de ser madre de mis hijos: Señor, gracias por mis hijos, gracias por hacer que no sólo no les falte el pan de cada día, sino que se alimenten siguiendo las directrices de la pirámide nutricional. Mater Dea, gracias por su salud, no sólo porque no se vean aquejados de ninguna enfermedad, sino porque el pediatra los controle de manera periódica según lo establecido en el calendario del “niño sano”, y esto haga que cumplan holgadamente con los percentiles a pesar de mi desafortunada genética de un metro sesenta. Oh, Energía del Universo gracias porque son niños buenos e inteligentes, y porque van a la escuela para aprender, y a clase de idiomas, deportes, actividades culturales y sociales, galas y competiciones solidarias, cumpleaños, fiestas pijama, viajes, cine, teatro, ópera para niños y todo lo que se nos ponga por medio para desarrollar su intelecto y alimentar su espíritu. Gracias, Dioses de todos los Olimpos por permitir que el dentista revise sus piños anualmente, por cobijar su desnudez del frío con un amplísimo vestuario de temporada a la última, por la PSP y la WII y los dos baúles de juguetes. Gracias Fuerzas de la Naturaleza por haberlos hecho nacer aquí, en el equilibrio moderado de la clase media del primer mundo, y no en otra cuna donde las “vacas flacas” - o las excesivamente gordas- les hubieran puesto mucho más difíciles la vida y el futuro… Por poner un ejemplo. Esta oración está siempre en mi cabeza y en mi corazón, y es infinitamente más amplia, e intento que llegue también a la cabeza y al corazón de mis hijos, y que ellos crezcan conscientes de la fortuna del lugar y el momento en el que vinieron al mundo. La misma fortuna que tuve yo.

No puedo dejar de comparar esta fortuna mía con la de mis vecinos de planeta. Y especialmente no puedo dejar de hacerlo entre los niños. No debo dejar cada día de pensar que, de alguna manera, soy cómplice de miles de muertes en la infancia por enfermedad e inanición. Soy cómplice en la orfandad y el analfabetismo de muchísimos niños, del abuso y la explotación, de la violencia, del desamparo, de la sed, del saqueo de los recursos. Soy cómplice del estupor y la desesperanza que reflejan tantos y tantos pares de ojos… Me culpo en la parte que me corresponde, pero culpo también a quienes tienen en su mano ayudar a paliar la miseria y no pueden, no saben o no quieren dar más de sí. A pesar de todo esto, he conocido hoy una noticia alentadora. Nuestro país, este país rico-pobre de hidalgos generosos, es uno de los países de Europa que más dinero ha destinado al Cuerno de África. Concretamente veintidós milloncetes y medio que algo harán, aunque no sean suficientes. Por una vez mi enhorabuena, señores administradores de las arcas públicas. De todo corazón, felicidades compatriotas, españolitos de a pie.
Pero después de los aplausos y las caídas de lágrimas en torrente por la solidaridad humana, viene ahora la otra noticia, la que ha hecho que a una se le ponga la conciencia alborotada a pesar de las laxitudes de este calor de cuarentaitantos a la sombrita, la que le revienta a muchos el termómetro de la indignación y el desconcierto. Y es también una noticia de millones. Cincuenta, esta vez. Los que cuesta (y no me meto, de verdad, a criticar a quién) traer a España a mi viejo amigo Ratzi. Con todos mis respetos hacia tantos jóvenes entusiasmados con la visita del Rey de Roma, sólo quiero enfrentar las dos cifras: la de los 22 millones de la solidaridad, y la de los 50 de la mitomanía. Perdónenme ustedes si les ofendo, que no es lo que pretendo. Y que alguien me explique, con otro punto de vista distinto del mío, cómo se hace para asimilar los numeritos sin que a una le rechinen los dientes. Seguro que San Francisco en las alturas y algún que otro religioso más digno que yo tiene también ahora la sangre calentita. Y no sólo por la ola de calor.
Me está empezando a tentar la manera de rezar de mi amiga la de las banderolas budistas. Estoy por escribir una ristra entera que diga: “Ilumíname Señor y dime, ¿aquí qué es lo que no funciona?”. Me van a doler las manos de zarandear las banderitas.

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